El descubrimiento de la tumba intacta de kha y merit en deir el-medina
En 1906, el egiptólogo italiano Ernesto Schiaparelli descubrió en el poblado de los constructores de las tumbas reales, cerca de la actual Luxor, un sepulcro que conservaba íntegro un espléndido ajuar funerario del Reino Nuevo.
A principios del siglo XX, la edad de oro de la egiptología, el sueño de los arqueólogos que iban a Egipto era hallar una tumba inviolada, con un antiguo tesoro intacto. Así sucedió en 1922 cuando Howard Carter descubrió la tumba del faraón niño Tutankamón. Dieciséis años antes, otro arqueólogo, el italiano Ernesto Schiaparelli, realizó un hallazgo no menos sensacional: la tumba del arquitecto Kha y su esposa Merit, en Deir el-Medina.
Kha no era un desconocido para los egiptólogos. A inicios del siglo XIX, Bernardino Drovetti localizó su capilla funeraria en Deir el-Medina, el poblado de los obreros que construían las tumbas del Valle de los Reyes. John Gardner Wilkinson y Richard Lepsius copiaron las escenas que la decoraban. La capilla estaba coronada por un piramidión (una pequeña pieza de forma piramidal) que fue llevado al Museo del Louvre. También se halló la estela funeraria de Kha, gracias a la cual se supo que este desempeñó sus funciones bajo diversos reyes de la dinastía XVIII, durante el Reino Nuevo, entre 1438 y 1364 a.C.: Amenhotep II, Tutmosis IV y Amenhotep III.
UNA TUMBA INVIOLADA
No era casual que la capilla funeraria de Kha se encontrara en Deir el-Medina. Kha fue uno de los arquitectos que se ocuparon de construir las tumbas faraónicas en el Valle de los Reyes y a su cargo estaban los obreros que vivían en el poblado. También él tenía su residencia en la zona y se hizo enterrar en una tumba excavada en la necrópolis de Deir el-Medina.
Sin embargo, esta tumba de Kha no apareció de inmediato. Generalmente, las personas que se enterraban en Deir el-Medina situaban su tumba justo debajo de la capilla funeraria. Kha, en cambio, la construyó delante. Este hecho salvó la tumba de los ladrones en la Antigüedad e hizo que su ubicación se mantuviera en secreto durante más de tres mil años, hasta la llegada de Schiaparelli.
En el año 1906, Schiaparelli había formado un equipo de 250 personas en el que también figuraba el director del Servicio de Antigüedades Egipcias, Arthur Weigall. Llevaban trabajando más de cuatro semanas en la zona sin obtener resultados cuando, al retirar unos escombros, localizaron la entrada a la sepultura. Según explicó Weigall, “se accedía a la boca de la tumba mediante unas escaleras empinadas y toscas, medio obstruidas por los escombros. Al fondo de la entrada había un pasadizo bloqueado por un muro de piedras.
Después de fotografiarlo, lo quitamos y nos encontramos en un túnel de gran longitud, aunque de escasa altura, bloqueado por un segundo muro”. Tras esa pared, la tumba continuaba con otro pasillo, a cuya izquierda Schiaparelli pudo observar algunos elementos del ajuar funerario, como muebles, cestas con restos de comida, diversas ánforas y la cama de Kha.
Pero lo más sorprendente estaba por llegar, ya que al final del pasillo había una puerta de madera perfectamente conservada. Según relató más tarde Weigall, pese a que la puerta tenía una cerradura antigua con un pomo de bronce, “tenía una apariencia tan moderna que el profesor Schiaparelli llamó a su criado y le dijo que fuera a por la llave, a lo que, con tono serio, el criado contestó: ‘No sé dónde está, señor'”.
Una vez abierto el resorte, Schiaparelli y Weigall entraron en la cámara funeraria. Como en el caso de Tutankamón, estaba intacta, y la expectación de los descubridores no fue menor que la de Carter: “Nos dimos cuenta de que estábamos a punto de ver lo que seguramente ningún hombre había visto antes”, recordaba Schiaparelli.
JUNTOS EN LA MUERTE
En efecto, el suelo estaba totalmente barrido y los elementos del ajuar se hallaban aún cubiertos con lienzos para protegerlos del polvo. Al retirar los lienzos, los arqueólogos descubrieron numerosos objetos que reflejaban el modo de vida de una familia acomodada del antiguo Egipto: mesitas, taburetes, cestas, un costurero, cajas con más de cien prendas para vestir, cosméticos…
Había también muchas ofrendas de alimentos: pan, algarrobas, harina, uvas, ánforas con vino y con patos en salazón. Una estatuilla de madera revelaba el nombre del propietario de la tumba: Kha. Las inscripciones de algunos utensilios, como azuelas o un codo real (un instrumento de medición), se referían a Kha como “jefe de los trabajos del faraón”, es decir, arquitecto real.
Pero Kha no estaba solo: junto a él había sido enterrada su esposa, Merit. Así se comprobó cuando se hallaron dos “sarcófagos rectangulares exteriores cubiertos con betún negro y con tapas abovedadas”. Merit estaba enterrada en uno de ellos, dentro del cual había un sarcófago antropomorfo con la tapa dorada, recubierto de betún y con figuras e inscripciones doradas. Dentro del segundo ataúd estaba la momia de la difunta, con una máscara de cartonaje que reproducía su rostro.
EL DUEÑO DE LA TUMBA
Kha, por su parte, se hizo enterrar en tres sarcófagos: uno rectangular y dos antropomorfos. Según Schiaparelli, el último estaba revestido de oro “excepto ojos, cejas y líneas de cosmético, que estaban incrustados: cuarzo o cristal de roca para el blanco de los ojos, cristal negro u obsidiana para el iris, cristal azul para las cejas y las línea de cosmético. Las cuencas de los ojos estaban enmarcadas en cobre o bronce“. No era un verdadero retrato del difunto, sino una imagen idealizada que lo identificaba con Osiris, el dios de los muertos.
Bajo el rostro, la decoración consistía en un ancho collar usej, con cierres en forma de cabeza de halcón. Y como símbolo de protección, la diosa buitre Nekhbet, con las alas desplegadas, que sujeta en sus garras el shen (símbolo de eternidad en forma de disco solar rodeado por una cuerda). Entre los ataúdes, Schiaparelli halló uno de los ejemplares más antiguos del Libro de los Muertos, hecho en papiro y de catorce metros de longitud.
Una vez en Turín, se procedió a estudiar ambas momias. Estas no fueron desvendadas, pero sí radiografiadas, y por ello sabemos, por ejemplo, que la momia de Kha “estaba adornada con un collar de oro y unos pesados pendientes, uno de los ejemplos más antiguos encontrados de hombres llevando pendientes”.