Las elecciones en Venezuela provocaron fracturas en la izquierda regional y el temor a una nueva ola migratoria
En Caracas cayeron mal las declaraciones de Lula y Alberto Fernández sobre el resultado de los comicios y la postura de Petro.
Venezuela divide a América como ningún otro país. Durante años, Hugo Chávez trazó alianzas ideológicas y políticas para blindarse en casa y para extender fuera su socialismo del siglo XXI. Usó sin obstáculos sus petrodólares para comprar voluntades desde las calles del Harlem neoyorquino hasta los carnavales de Río de Janeiro. Inventó organizaciones internacionales, impuso a sus presidentes y las usó para agrandar una Patria Grande al servicio de su revolución.
Con su muerte y la llegada de Nicolás Maduro llegó el derrumbe bolivariano y el mayor éxodo en la historia del continente: 8,8 millones de emigrantes, de los que más de 6 millones permanecen en los países de América del Sur, algunos de ellos al borde del colapso migratorio. Y con Colombia a la cabeza, con 2,8 millones de venezolanos.
En semejante encrucijada llegan las elecciones del 28 de julio, “justo cuando el chavismo combina la mayor hegemonía de control de medios y de aparato político con el mayor desastre económico y migratorio. Estas elecciones pueden significar, no sólo para Venezuela, el inicio de un ciclo de redemocratización en América Latina, en un momento de recesión democrática global”, apunta el historiador Armando Chaguaceda.
Cuanto mayor ha sido la presión internacional, más se ha acercado Maduro al eje iliberal del planeta. Rusia, China, Irán, Turquía, Corea del Norte y Bielorrusia se sumaron a los aliados tradicionales, Cuba y Nicaragua, para ayudar a Caracas a vadear las sanciones de Estados Unidos. Vladimir Putin, en medio de la invasión de Ucrania, contaba con Caracas y La Habana para percutir directamente en el llamado “patio trasero” de Washington.
El presidente también contaba en un principio con la connivencia uniforme de los países de la izquierda continental, que conforman la llamada Patria Grande y que tienen como punta de lanza al Grupo de Puebla. Pero las declaraciones previas de Luis Inacio Lula da Silva y del expresidente argentino Alberto Fernández , así como la postura en segundo plano del colombiano Gustavo Petro, han molestado y mucho en Caracas, incluso Maduro aprovechó una de sus intervenciones para criticar las elecciones en Brasil y Colombia frente al “mejor sistema electoral del planeta”.
La Patria Grande no es tan grande como parece, aunque será tras conocerse los resultados del domingo cuando medirá realmente su compromiso democrático. El Chile de Gabriel Boric también mantiene distancias con Caracas por la constante violación de derechos humanos, acentuadas tras el secuestro y ejecución de un militar rebelde venezolano en Santiago.
“Sin duda es un tema álgido para la región, pero hay coincidencia de que la elección debe ocurrir y el resultado debe ser respetado. Luego hay división en algunos detalles. Un grupo de países, como la Argentina, Uruguay y Guatemala, están muy pendientes de las condiciones electorales. Mientras Brasil y Colombia tratan de mantenerse como posibles mediadores, de forma más cautelosa”, dijo el internacionalista Mariano de Alba.
Bloques americanos
Dos bloques y varios islotes se han conformado de cara a una de las elecciones más trascendentales del año en la región, sólo por detrás de las de Estados Unidos. En el mayoritario figuran Estados Unidos y Canadá en el norte y una larga lista en América Central, Caribe y la subregión de la que forma parte Venezuela. Se trata de la Argentina, Uruguay, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Guatemala, Ecuador, Perú y Paraguay.
Las 11 naciones coinciden en la necesidad de elecciones libres, aunque varias también denunciaron la represión y la persecución de opositores y el comando de campaña de María Corina Machado. De hecho, la Argentina dio asilo en su embajada de Caracas a seis de los principales colaboradores de Machado,refugiados en su sede antes de caer presos.
El abanico ideológico del bloque va desde la derecha (la Argentina, Paraguay y Panamá) hasta el progresismo (Canadá, Guatemala, Costa Rica y República Dominicana), con cuatro moderados (Estados Unidos, Uruguay, Ecuador y Perú).
Una diversidad ideológica inexistente en el bloque que apoya sin condiciones a Maduro. Se trata de sus “hermanas” revolucionarias, Cuba y Nicaragua, de la Bolivia de la revolución indígena y de Honduras, comandada por la pareja Xiomara Castro y Mel Zelaya, antiguo funcionario en el gobierno de Chávez.
México, a pesar de sus afinidades ideológicas “no se ha pronunciado ni a favor ni en contra de Maduro. Ganas de ponerse de su lado no han faltado, pues varios integrantes prominentes del partido oficialista se definen abiertamente como bolivarianos, como el legislador Gerardo Fernández Noroña, la expresidenta de Morena (partido de López Obrador) Yeidkol Polensky y el escritor Paco Ignacio Taibo II. Este silencio, en parte, tiene su raíz en el pragmatismo político de López Obrador, quien no endosa su popularidad a conceptos con desgaste, como podría ser Venezuela”, precisa el analista Pablo Cícero.
“La trascendencia de las elecciones rebasa las fronteras no sólo porque el fracaso de la elección implicaría una nueva oleada migratoria para un continente sacudido por las migraciones, sino también porque destruiría en buena medida todo el impulso de resistencia que ha tenido la sociedad civil y la oposición venezolana”, señala Chaguaceda.
La crisis migratoria es tal, que también se convirtió en un tema importante en la campaña electoral norteamericana. “Un triunfo opositor reivindicaría la ruta electoral, y por ende, la política de negociación con Maduro. Sería una victoria para la administración de Joe Biden, pero mucho más para la vía pacífica de resolución de conflictos, y sobre todo, para dejar de cifrar la política hacia regímenes autoritarios en sanciones, poco efectivas”, dijo María Puerta Riera, profesora de gobierno americano en Florida.