Rosario, tierra de nadie: vecinos que allanan búnkeres narco, tiros frente a las cámaras y otro asesinato

El papá y otros familiares del chico de 12 años que mataron en un cumpleaños fueron a buscar a un presunto responsable detrás del ataque. Destrozaron cuatro casas donde dicen que se vendía droga.

Una burbuja frágil e inestable. Así se siente, desde hace años, el barrio Las Lomitas, un sector postergado de Rosario al que el narcomenudeo sumó tensión, violencia y muerte. Un enfrentamiento entre dos bandas narco, de acuerdo a una hipótesis consolidada por la fiscalía, derivó el domingo en un atroz ataque en el que murió un pequeño de doce años e hirieron a otros tres de 2 y 13 años. Por el caso todavía no hay identificados ni detenidos.

Apenas un rato después de que fuera sepultado Máximo Jerez, quien recibió un impacto de bala en el pecho cuando jugaba en la calle con sus amigos, la angustia derivó en furia. Familiares y vecinos de Máximo aseguran haber recibido amenazas y fueron en búsqueda de un hombre al que señalan como el narco responsable del atentado que terminó con la vida del menor.

La intención de la turba era lincharlo. Aunque intentó resistir y luego, al verse cercado, huyó por los techos, finalmente fue atrapado por la Policía, que llegó después de que el ataque de los vecinos se transmitiera en vivo por TV. La gente denuncia que trabaja para “Salteño”, un pesado que actualmente está detenido, pero que sigue regenteando puestos de venta de droga en la zona.

La pueblada se inició pasado el mediodía. Había gente con palos, machetes y bombas molotov. Hubo disparos, corridas, pedradas, gente destruyendo propiedades que eran denunciadas como búnkeres montados para la venta de drogas, incendios y hasta el saqueo de una propiedad que estaba en alquiler.

Fueron al menos dos horas de violencia y descontrol. Mientras la ceremonia en la que se despedía a Máximo estuvo fuertemente custodiada, nadie advirtió que el barrio quedó sin presencia policial, a pocas horas del terrible tiroteo contra los nenes que festejaban un cumpleaños.

Los momentos más complejos ocurrieron cuando agentes montaron un operativo para retirar de la zona a la persona sindicada como narcotraficante y a miembros de su familia. El hombre intentó responder a los tiros al avance de los vecinos contra la casa en la que se refugió. Nadie, sin embargo, fue herido.

Como un preludio de los incidentes, los vecinos le habían arrebatado un rato antes la moto a un presunto miembro de esa banda dedicada al narcomenudeo en la zona y se la incendiaron.

En los operativos se secuestró una pistola 9 milímetros que estaba oculta en un baño.

Un rato más tarde de que pudieran llevarse a las personas que los vecinos querían atacar, cuatro casas eran destruidas a mazazos. Mientras tanto, sacaban de esos lugares muebles, colchones, electrodomésticos o ropa y las casas eran parcialmente incendiadas.

Cuando la gente del barrio intentó hacer justicia por mano propia, la policía reprimió con balas de goma para buscar dispersarlos y poder seguir adelante con la evacuación de los señalados como culpables de la muerte de Máximo y el ataque contra los otros tres chicos.

“Justicia, justicia”, gritaban por momento las personas del barrio, entre los que se encontraba Julio, el papá de Máximo Jerez. El hombre recibió perdigonadas disparadas por las armas policiales y mostraba sus heridas frente a las cámaras de televisión.

“Nos tienen que cuidar a nosotros y cuidan a los transeros. En un rato lo largan. Esto viene hace años. Cobran dinero (por la policía)”, se quejó amargamente Julio Jerez.

El lugar era un descontrol. La policía dejó que corriera la ira de los vecinos después de sacar de la zona al presunto narco, lo que habilitó la demolición parcial de kioscos para la venta de droga que, de acuerdo a las primeras informaciones con las que cuenta fiscalía, podrían pertenecer al bando que el domingo a la madrugada intentaron atacar sus rivales, quedando como blanco los cuatro niños.

La gente insistía en que funcionan allí, sin que ninguna autoridad haga nada, desde hace mucho tiempo.

Pero esa pasividad policial provocó, por ejemplo, el saqueo de una casa que según aseguraban algunos pertenecía a un vendedor de drogas, pero que era alquilada desde hacía dos meses por una mujer que describían como una simple trabajadora.

La inquilina veía, impávida, cómo se llevaban de su casa televisores, computadoras, pero también las mochilas escolares y los juguetes de quienes serían sus hijos. El desgobierno era total. En ese momento los familiares del pequeño asesinado ya se habían retirado.

Entre el caos, una mujer recuperó un caniche que había sido robado semanas antes por los habitantes de una de las casas señaladas como búnker para la venta de drogas.

“A mi sobrino la enterramos hoy. Si ellos no tenían el búnker, los chicos estarían vivos”, planteó el tío de Máximo en medio de los incidentes. El hombre mostraba su desesperación por la muerte de su sobrino, pero también porque su denuncia pública lo exponía al peligro de una venganza.

Otro hombre, visiblemente indignado, reclamaba la presencia de gendarmes y fustigaba a los agentes de la fuerza provincial. “No queremos más policías que arreglan”, gritaba.

En un clima de anomia, los vecinos mostraban su hartazgo por la situación de inseguridad que provoca el negocio narco, con el que conviven de forma peligrosa y natural.

No es la primera vez que la propia gente derriba un búnker en los barrios periféricos de la ciudad, una conducta que no ha logrado frenar sin embargo el narcomenudeo en esos sectores.

“Entiendo que correspondería la saturación del barrio. Esa zona en particular no había sido saturada. Por la cercanía había controles de Gendarmería, pero en esta oportunidad hubo ausencia de cualquier tipo de control preventivo por parte de la autoridad policial o de las autoridades de Gendarmería”, planteó el fiscal Adrián Spelta al informarse sobre la pueblada.

Spelta anticipó que existen avances “sobre la mecánica y sobre los posibles autores” de la balacera en la que atacaron a los cuatro menores. Todo está atado a un antiguo conflicto.

Por el momento hay dos armas secuestradas –una ametralladora y una pistola 9 milímetros–, pero no hay detenidos. Los tres menores heridos, a pesar de la gravedad de sus cuadros, tenían una evolución favorable.

El fiscal, acostumbrado a trabajar en homicidios, no podía salir del asombro que le provocaba un ataque brutal, contra un grupo de niños que jugaban en Las Lomitas, un sector que ocupan miembros de la comunidad Qom en el barrio Empalme Graneros.

“Se han corrido ciertos límites, precauciones o códigos que se venían teniendo, pero fueron alterados. La presencia de menores en otra ocasión lo que hacían era suspender cualquier ataque violento que quiera hacerse. En esta ocasión no hubo ningún tipo de freno, ni siquiera por la existencia de estos chicos en el lugar de los hechos”, lamentó el fiscal.

El infierno en Rosario noticia en todo el mundo

La violencia en Rosario, que se sostiene desde hace al menos una década, tuvo repercusión internacional la semana pasada por la balacera ocurrida contra el supermercado que pertenece a la familia política de Lionel Messi y un cartel dejado en el lugar con amenazas para el propio jugador del seleccionado campeón del mundo.

Por el caso no hay detenidos y los primeros indicios marcan que la mecánica del ataque tiene algunas particularidades que lo distinguen de las extorsiones cometidas habitualmente por bandas narco: los agresores se cuidaron con vestimenta larga –a pesar del calor– y barbijos para que no se los pudiera reconocer en las cámaras, utilizaron guantes para no dejar huellas y exhibieron prolijidad para elaborar el cartel amenazante.

A pesar de la repercusión que tuvo el episodio por estar involucrada la familia política de Messi, otros datos exponen aún más la violencia en Rosario. En los primeros 65 días del año se registraron 64 crímenes. El último tuvo como víctima a un mecánico, el lunes a la tarde, horas después de la pueblada en Las Lomitas.

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